Camino incierto- Miguel Dorelo
—Estoy casi seguro que es por acá —se dijo sin el necesario convencimiento.
Debía reconocer que avanzaba a tientas.
Volvió a tropezar.
— ¡La puta madre! ¡Volví a equivocarme, evidentemente!
Cuando no se encuentran referencias el avance se hace difícil, razonó, uno puede empezar a girar en círculos y permanecer eternamente en un lugar, lo que se torna especialmente grave cuando el sitio no es de nuestro agrado. Pero también puede suceder que uno camine en espiral y lenta y progresivamente se aleje del punto de inicio.
Debería tratar de no pensar, siempre le pasaba lo mismo: cuando más intentaba razonar más confundido terminaba.
—Yo me meto en cada una —se lamentó.
Pareció orientarse y durante unos cuantos minutos avanzó en linea recta hacia su objetivo: su corazón comenzó a palpitar en una frecuencia mayor de lo aconsejable.
Pero, por enésima vez, se percató tardíamente que nuevamente se estaba yendo “para el lado de los tomates”, como solía decirle uno de sus amigos especialmente crítico sobre sus porfiadas incursiones a ciegas por caminos a todas luces poco convenientes para con su propia persona.
El problema radica principalmente en no saber hacia donde se quiere ir y por qué, pensó en un arranque repentino de lucidez poco habitual en él. Quizás debería dejar todo como antes de emprender la búsqueda, tenía serias dudas si alcanzar la meta le proporcionaría las satisfacciones necesarias que compensaran tamaño esfuerzo.
Por lo general era bastante porfiado con todo lo que lo obsesionaba y en este caso en especial debía sumarle ese sentimiento que aún no tenía muy claro si se trataba de tan solo producto de la gestación de adrenalina debido a los inconvenientes que le generaba lo difícil de alcanzar su cometido o alguna otra cosa que su mente no terminaba de aceptar.
El tiempo no era un mayor inconveniente, en ese sentido podía tener paciencia y esperar lo necesario; aunque ya no era un muchachito no sentía ningún achaque y tenía muchos años por delante. Una vez alcanzado el objetivo todo fluiría en forma placentera.
El pasado jugaba su favor: una vez había estado en ese lugar al que actualmente pretendía retornar. No podía aseverar que lo había disfrutado en toda su valía, diversos factores y quizás algo de desidia de su parte habían atentado contra una estadía ideal.
Pero fue bastante bueno, recordó. Ese recuerdo y probablemente un poco de deseo de revancha, otro poco de corregir errores y una pizca de “ver que pasa” eran los principales motores del impulso que lo ponían nuevamente en camino. Y eso otro, claro. Eso que le costaba admitir pero que allí aún estaba. Y fue entonces que por primera vez vio todo claro: no había forma de evitar seguir la búsqueda.
Ella estaba ahí, en algún lugar, todavía accesible a pesar de un par obstáculos temporarios que por lo general ella misma se encargaba en poco tiempo de apartar. Ambos usaban métodos parecidos de auto-engaños temporales, él lo sabía, ella lo sabía, ambos lo sabían. Jugaban un juego de peligros relativos, incentivando morbos, prestando besos y caricias a terceros, piezas descartables condenadas de antemano a adioses sin mayores cargos de conciencia.
Respiró hondo y decidido a hacer todos los esfuerzos necesarios comenzó a avanzar, paso a paso, lentamente y con confianza.
La meta estaba cerca.
Elaborado para La Cuentoteca