sábado, 18 de febrero de 2012

Terapia- Miguel Dorelo


Terapia- Miguel Dorelo

—Lo suyo, Gregorio, es un típico caso de trastorno esquizoide.
Cree ser un insecto pero no lo es.
— ¿Está seguro, doctor?
—Por supuesto, está usted curado. Vaya.
–Gracias, doc…
— ¡Qué asco! —El pisotón terminó con la vida de Samsa.
 Las secretarias no entienden de técnicas Lacanianas.

lunes, 13 de febrero de 2012

Reinsertarse- Miguel Dorelo


Reinsertarse- Miguel Dorelo

Olisqueó el aire en busca de alguna pista. Nada. Estaba cansado y el hambre empezaba a acosarlo aunque aún era algo temprano en la mañana. Desde hacía un tiempo su cuerpo había empezado a darle señales inequívocas del paso del tiempo; hasta hace tan solo unos pocos años con solo sentir el viento para orientarse el dulce olor de las hembras lo hubiesen llevado directamente hasta donde se encontraban. Esto había quedado casi en el olvido, sus excitantes efluvios ya casi resultaban solo un aroma más que se confundía fácilmente con el de las flores o el áspero olor del rio cercano.
 Sus ojos cansados recorrieron el horizonte sin que esto le proporcionara demasiadas pautas sobre hacia dónde dirigirse, pero no dejaría que esto lo desalentara: les iba a demostrar que aún podía, que aunque ya viejo y un poco desvencijado, conservaba algo de aquél ímpetu de su ya lejana juventud.
Hacia el norte; intuía que ese era el rumbo correcto. Más precisamente hacia el noroeste; había hecho un largo camino, devorando distancias desde muy temprano y ahora solo hacía falta un último esfuerzo. Debía concentrarse a fondo, ya que sabía muy bien que cuanto más pasaran los minutos, más débil se sentiría y podría llegar al punto sin retorno de quedar varado en medio de la nada, a mitad de camino de la desesperanza y la resignación.
Recabó fuerzas de donde pudo, el sol estaba ya bastante alto y supo que los plazos se achicaban peligrosamente, no bastaba con alcanzar la meta sino que debía hacerlo dentro del plazo establecido.
Tenía que sacar  provecho de su experiencia, todos esos años sobre sus espaldas, con achaques y dolores también tenían su contraparte, y era saber interpretar las señales necesarias para orientarse en cualquier lugar que fuera. Miró a su alrededor  y rápidamente comenzó a andar con paso firme y seguro.
Llegaría en tiempo y forma y el grupo tendría que reconocer que a pesar de su larga ausencia aún seguía siendo un macho de temer, las hembras festejarían alborozadas al verlo y los otros machos les demostrarían el respeto que él se merecía.

Quizás debió haber girado a la derecha cuando lo hizo a la izquierda, o haber evitado dar aquél cobarde rodeo para evitar ese grupo que creyó hostil, quién sabe. Lo que era seguro es que estaba completamente desorientado, definitivamente perdido y se estaba haciendo tarde.
Su corazón comenzó a latir mucho más aprisa de lo aconsejable, y su rudimentario cerebro se fue poblando de imágenes de soñados placeres que creyó definitivamente perdidos: comida en abundancia, disfrutar de la compañía de compañeros de su misma raza, dormitar luego a la sombra de los árboles sin otra preocupación más que dejar pasar las horas y por qué no, tratar de recordar aquellos tiempos en que el galanteo con el otro sexo formaba parte de sus quehaceres habituales. Pero todo eso ya no sucedería; por culpa de su maldito orgullo de macho devenido en autosuficiente, creyéndose el mejor y el más grande, como tantas otras veces.

El sol languidecía y las sombras se apoderaban lenta pero inexorablemente del paisaje. Comprendió, ya resignado, que su lugar ya no era aquél que añoraba tanto, que el tiempo no pasaba en vano para nadie. Conservando aún parte de su antiguo orgullo, aún sintiendo una pena tan inmensa como nunca antes, altiva la mirada, emprendió el regreso.

viernes, 3 de febrero de 2012

¿Y qué?- María Pía Danielsen & Miguel Dorelo


¿Y qué?- María Pía Danielsen- Miguel Dorelo

Río mientras explota el calor en mi cara.
Aunque mis ojos no me ven, se que el pecho y las mejillas están rojas. Las burbujas ya hicieron estragos por dentro: eliminaron cercos, surcos y atajos.
Aunque mis ojos no te ven, tus manos aprietan mi tronco y tu aliento juega en mi oreja.
Se retuercen entre mil ideas las palabras:-¡Sos tan especial! ¡Sos hermosa!-, mientras los  sabores de las cerezas borrachas se alojan en mi saliva.
Aunque mis ojos no te ven, se que la humedad ya recorre la entrepierna.
Aunque mis ojos no me ven, se que mis dedos son tus dedos disfrazados de nunca.
¿Y que? Puedo recrear mil veces la despedida.
Y ni una sola lágrima asomará de mis ojos que no te ven ni me ven porque una despedida no es necesariamente un nunca más, sobre todo cuando el adiós queda flotando en el aire, casi sin fuerza, camuflado en un hasta luego, un quizás mañana.
Y por eso risa, como ansia de revancha sin rencor en un tiempo circular que nos encontrará más tarde o más temprano saboreando recordados sabores borrachos de cerezas, re-escuchando palabras hermosas y especiales, tus manos apretando atajos disfrazados de nunca y mi entrepierna húmeda recree mil veces un ¿Y qué?...