martes, 24 de julio de 2012

Esa canción- Miguel Dorelo



Esa canción- Miguel Dorelo

—Sos  un reverendo hijo de puta—me dijo.
— ¿Eh? —me asombré.
—Hijo de puta y sordo. Escuchaste bien, no te hagas el gil.
—Hace más de tres meses que ni nos vemos y ahora te me aparecés y me insultás de esa forma. ¿Estás loca?
—Loca tu madre, basura. Espero que esta sea la última vez que te vea, desecho humano.
— ¿Y después de todos los momentos que pasamos juntos me decís esto? No tenés corazón —le retruqué.
— ¿Yo no tengo corazón? Tenés razón, no sos un hijo de puta: sos dos hijos de puta juntos.
—No tenés derecho; lo nuestro se terminó hace tiempo. Y pensé que habíamos quedado bien.
—Vos no tenés derecho, la concha de tu madre; te tendría que haber bloqueado hace tiempo, perro sarnoso. Pero mejor que no lo hice así al fin me doy cuenta de lo mierda que sos. “Te dedico esta canción con todo mi amor”  ¡Vos sabías que yo lo leería! ¡El Facebook es una mierda igual que vos!
— ¿Y? No te entiendo. Ella es mi novia, la quiero, me quiere, vos también tenés una nueva pareja desde hace unos meses. No entiendo.
— ¡La canción, pelotudo! ¡La canción!
— ¿Qué tiene la canción? A mi esa canción me gusta mucho.
— ¿No me digas? ¡Ya lo sé! ¡Bien lo sé!  “si me dan a elegir, me quedo contigo, ay amor, me quedo contigo…”
—Sí. Esa. Me gusta la versión original de Los Chunguitos, pero el cover de Manu Chao me parece que está bueno también; además ella es bastante más pendeja que vos y se copa mucho con el francesito  este. Por eso le dediqué esa versión. Sigo sin entender tu enojo.
— ¡Aaaaahhhh! ¡Me la dedicabas a mí! ¡A mí! ¡A mí!  ¿Ya no te acordás puto mal cogido?
—Como no me voy a acordar, calmáte. Por supuesto que me acuerdo. Si vos lo eras todo para mi, te amaba tanto que me dolía. Como dice la letra, nada podía competir con vos, siempre me quedaría con vos.
—Estás loco, es eso. De lo contrario no entiendo.
—Pero, es sencillo. Esa canción era una de las maneras en que te podía decir todo lo que sentía. Vos sabés que soy medio duro para las frases amorosas. No sé qué tiene de malo valerse de palabras de otros cuando dicen lo que uno no sabe expresar.
— ¿Y? ¿Qué tiene que ver eso con que ahora se la dediques a otra? ¡Esa era mi canción!
—Bueno, no es tan así; la letra es de Juan Salazar, uno de los tres hermanos que formaban Los Chunguitos ¿Sabías que las Azúcar Moreno son  hermanas de ellos? Además, como  ya te dije, soy corto de palabras cuando se trata de expresar sentimientos y me vino al pelo para poder decirle todo lo que siento por ella a Priscila. La adoro, no podría vivir sin ella. Definitivamente, me quedo con ella.
— ¡Mal parido! ¡Lo mismo me decías a mí! ¡Y con esa canción!
—Y era cierto.  No sé, me parece que vos resultaste ser una de esas minas que se creen que las canciones son de propiedad exclusiva de ellas. Y no es así. A mí me gusta esta canción me resulta útil para explayarme y no creo que haya ninguna ley que prohib…¡Para. Pará! ¡Guardá ese revolver! ¡Loca como todas las mujeres! ¡Aaaayyyyy!

La versión original. La de Manu Chao solo se la dedico a ella.


sábado, 21 de julio de 2012

El último segundo- Miguel Dorelo


El último segundo- Miguel Dorelo

 La vida es una mierda, estar enamorado es una bazofia; por lo general uno se enamora de la persona equivocada y es aún peor. Los amigos siempre desaparecen cuando más se los necesita y aunque digamos que no nos interesan las cosas materiales el dinero nunca alcanza y esto hace que vivamos estresados. Ser feliz es la utopía más patética y ridícula del ser humano. Vinimos (o nos pusieron) en este mundo a sufrir; cualquier otra consideración es solo un triste intento de auto-engaño fomentado por insufribles optimistas a ultranza. Lo único bueno de lo malo, es, sin dudarlo, que la solución está en nuestras propias manos, el único libre albedrío de verdad es el que nos permite poder decir ¡Basta, hasta aquí llegué! , cuando se nos cante. Por suerte podemos elegir entre un sinnúmero de maneras, más o menos dolorosas, menos o más espectaculares. Sogas y vigas, alturas y terrazas, vías y locomotoras, píldoras de colores, venas y navajas. Yo ya elegí mi propio modo, no necesariamente original: recámara, gatillo, percutor, dedo índice, caño, bala y sien derecha ¿Alcanzaré a escuchar el ruido del disparo, sentiré el olor a pólvora? Quién sabe… El último segundo. Dicen que uno recuerda en ese instante que antecede al olvido final, toda o parte de su vida. Y es cierto, la puta madre, en este preciso instante me está sucediendo precisamente eso. Pero…Qué raro…No puede ser…Tendría que haber una clausula de recuerdos finales en la que quede claramente especificado que solo acudan a nuestra mente aquellos momentos angustiosos, tristes y dolorosos que justifiquen extremas decisiones. De ninguna manera esta andanada de esos otros que ni recordaba haber vivido. Sonrisas, reuniones con amigos que no piden nada a cambio, charlas interminables de madrugadas infinitas en que se arreglan mundos, galaxias y universos con solo proponerlo, miles de canciones, centenares de relatos, algún poema, aquél gol de Boca sobre la hora en la final, olores y sabores, pieles suaves, labios, piernas, miradas inequívocas, un par de nombres de mujer… Y por fin saber que uno suele equivocarse al tomar decisiones, el comprender que el tiempo es cíclico, que casi nada es definitivo, que todo puede volver a ser o a ser mejor y que, por suerte, depende en gran parte de nosotros mismos. Un segundo. O menos. Y nuestra mente hace un clic y comprendemos que nos apresuramos, que la vida en realidad es algo hermoso y que los amores vienen y van y vuelven a venir y nos dedicamos un mirá si voy a estar así por una mina, por una deuda o alguna decepción… ¡Vida, vida, vida! ¡Viva la vida! ¡Es hermosa la vida!

 El último segundo. Pero de verdad el último, el definitivo, el del nunca más. ¿El del nunca más? ¡Qué boludo! ¡No debería haber apretado el gatillo, la puta madre! Definitivamente: ¡No debería haber apretado el ga

martes, 17 de julio de 2012

Los críticos- Miguel Dorelo


Los críticos- Miguel Dorelo

— Estamos ante una de las mayores obras de la literatura universal, sin dudas.
—En parte, estoy de acuerdo, aunque quizá, y debido a tu reconocida admiración por él, exageres un poco. Reconozco y admito que es sin dudarlo un gran ejemplo de cómo transmitir con la palabra lo que muchos intentaron y pocos pudieron, eso sí.
—Cuando menos, una verdadera obra de arte. Lo he leído y vuelto a leer varias veces desde que se produjo este verdadero milagro, así considero el rescate de este original, y realmente no le encuentro fisuras.
—También coincido con ustedes tres, aunque noto que a Rodolfo le genera algún tipo de dudas. Vendría bien que se explayara un poco, el debate ganaría en calidad y el público se vería sumamente beneficiado.
—No es que dude, solo que quise diferenciarme un poco del categórico comentario de Augusto. Todos reconocemos su calidad como crítico literario, uno de los más grandes de la historia de las letras, pero cuando se trata de Salemo y su obra creo que tiende a poner sobre el tapete su incondicional admiración por todo lo que él ha escrito.
—Eso es bueno; él que no nos concentremos en tan solo el halago desmedido y cumplamos a raja tabla con la sacrosanta misión que nos ha sido encomendada vaya a saber uno por quién.
—Ya te saltó el místico, Pedrito. Aunque tenés toda la razón: debemos tomar la debida distancia; somos críticos, no solo lectores. Nuestra misión principal es facilitarle al vulgo la comprensión de lo que el autor de un texto ha querido reflejar en sus escritos. Pero, recuerden que estamos en un programa que será visto y oído a través de la red por más de dieciocho mil millones de espectadores, según las últimas mediciones que ha tenido el programa. Casi la mitad de los seres humanos de la Tierra y unos cientos de miles más en las colonias desperdigadas por toda la Vía láctea.
— ¿Es cierto que fue encontrado de casualidad por uno de los robots de limpieza en la antigua casona del maestro, detrás de un antiquísimo artefacto doméstico?
—Eso dicen. Uno de esos adminículos con los que se intentaba mantener las bebidas a una temperatura más o menos baja y estable, sin demasiado éxito, claro. Apenas eran retiradas de su interior comenzaban a recuperar su estado original. Un fiasco. Pero, pasemos a lo que realmente importa: aún siento escalofríos de placer con solo recordar esas geniales palabras, esa prosa perfecta, ese clima rayano en lo sublime.
—Bueno, Augusto, me parece que lo tuyo ya está debidamente claro; aunque me gustaría descuartizar, si se me permite tan macabra metáfora, un poco el relato al que nos estamos refiriendo.
—No solo un relato, más bien un compendio de sabiduría y sensibilidad con el toque justo y necesario de misterio, justo el adecuado para mantener en vilo al lector, tanto al más educado, aquél con la saludable costumbre de acordarse siempre de escucharnos antes de encarar cualquier clase de lectura  como a esos otros verdaderos kamikazes  que son capaces de abrir un libro sin antes consultarnos.
—Vuelvo a coincidir. Yo lo catalogaría como un relato “odisíaco”, por su referencia a un viaje implícita en parte de la trama.
—También podríamos enrolarlo, sin dudas, en una especie de búsqueda mística, emparentarlo con el Santo Grial y el significado que esto conlleva.
—O una de esas geniales parábolas en las que la realidad de tiempo y espacio no siempre coinciden con la de un espacio y un tiempo reales.
— ¡Gran hallazgo! Ahora me doy cuenta: no en vano el “acordarme”y el “vaya”, una especie de dejá vú que solo el genio de Salemo podía interrelacionar de manera tan deliciosa.
—Y al mismo tiempo situarnos en el espacio físico final, pero aún futuro de la culminación de su obra. Confieso que tuve que investigar arduamente sobre qué era un “súper”, pero luego de llenar ese hueco imperdonable de mis conocimientos, lloré. Todo cerraba de forma perfecta; si alguna vez se ha podido reflejar el por qué y el para qué la raza humana ha llegado a este mundo en palabras, es sin dudarlo es a través del extraordinario poder de síntesis de este ejemplar único y quizá irrepetible  de la literatura de todos los tiempos.
—La coincidencia es total, queridos espectadores. Todos los análisis necesario han sido completados, a pesar de los tres siglos transcurridos desde la, desde ahora, nueva sagrada escritura, las conclusiones de la ciencia han resultado ser irrefutables, el manuscrito hallado   pertenece sin dudas al gran maestro aunque no se haya encontrado en él su firma; es su letra, ha sido escrita con un antiguo sistema de escritura denominado “birome” sobre un soporte que solo vemos en nuestros museos y que se llama “papel” y aparentemente habría caído desde un costado o el frente del artefacto doméstico al que estaba adherido por medio de una especie de pieza metálica o “imán” que había sido desarrollado en la época con ese loable fin. Agradezcamos nuestra buena suerte al haber podido hallarlo y disfrutemos de su lectura. El gobierno universal dará los pasos necesarios para que, debidamente digitalizado, esté al alcance de los treinta y siete mil millones de pares de ojos de la humanidad toda. Mientras tanto, sean ustedes privilegiados testigos de tan sublime obra:

Si usted, estimado lector tiene interés en observar en detalle este trascendente manuscrito y apreciar la bella caligrafía del genial escritor, haga clic en él.

viernes, 13 de julio de 2012

Caminata- Miguel Dorelo



Caminata- Miguel Dorelo

Ellos siempre quieren morderme. No es que los provoque ni nada por el estilo, creo que simplemente sienten una especial predilección por hincar sus dientes en mi carne.

Me agrada sobremanera salir a caminar; sobre todo en las tardes de otoño. Lo hago a la hora exacta en que sé que inexorablemente el sol ya se habrá ocultado cuando decida emprender el regreso; es lo único planificado de todo el recorrido.
Mientras camino, me deleito oyendo el ronronear de los autos en las avenidas, las voces de la gente o el silencio de una plaza desierta. Repito recorridos solo de forma azarosa, aunque de vez en cuando vuelvo a pasar  por lugares que  forman tan parte de mi como mis vísceras, esos entrañables sitios en que alguna vez besé, abracé, acaricié a algún ex amor. Y  la añoranza me acompaña en gran parte del trayecto. Siempre de momentos agradables, quizá con un dejo de tristeza muy pequeño, justo el suficiente para potenciar el sentimiento  que se apodera de la tarde y del paseo; un ex amor siempre es un buen recuerdo cuando sabemos recordarlo  justo hasta el momento exacto en que empezará a dejar de serlo. Todos mis amores han sido para toda la vida, solo han cambiado de aspecto por un corto periodo de tiempo, confundiéndome con colores de ojos y cabellos de distintas tonalidades, olores disímiles, bocas más grandes o más chicas, de labios finos o más gruesos, todas ellas siempre comúnmente dispuestas. Me gusta recordar bocas y a las dueñas de esas bocas.
A veces escucho música con mis auriculares y la ciudad se desliza por mis pupilas como un video clip sin  editar, quizá abandonado a medio hacer por un director cansado de efectos especiales de dudoso gusto exigidos por el productor.
 Disfruto mucho de mis caminatas y mis preferidas, ahora que lo pienso, han sido aquellas en las que la única compañía he sido yo mismo. No por egoísmo ni nada que se le parezca, también he sentido en muchísimas ocasiones la necesidad de apurar el paso y acortar así el tiempo de regreso o de encuentro con ese alguien al que uno extraña imperiosamente aunque hayan sido escasas las horas de ocasional ausencia.

Uno de ellos, siempre hay uno de ellos vigilándome, me gruñe  desde demasiado cerca, ensimismado en mis pensamientos lo veo algo tarde, casi sin tiempo para evitar el desagradable encuentro. Por suerte la distancia es la suficiente para evitar un ataque. Cruzo a la vereda de enfrente y continúo con mi derrotero, aunque ya algo nervioso.

Camino a paso no demasiado lento, deteniéndome a mirar de vez en cuando algo que llame mi atención, por lo general me gusta observar las fachadas de las casas antiguas; también me agradan sobremanera los grandes espacios verdes, esas plazas con pretensiones de colinas y enmarcadas con un fondo de edificios altos,  el contraste de lo natural con el toque artificial de hormigón, acero y vidrio potenciando la belleza del paisaje urbano.
La tarde cae lánguida y parsimoniosamente, los colores comienzan a cambiar a ojos vista: el reflejo en el asfalto potencia el ocre de las miles de hojas caídas al borde del cordón de la avenida, la luz verde del semáforo de la esquina es vencida por un haz del sol y pacientemente espera sabiendo que, como siempre, volverá a brillar en todo su esplendor  apenas su contrincante momentáneo desaparezca en el horizonte. Miro hacia arriba, siempre lo hago a esas horas, y juego a poder encontrar a la primera estrella visible en ese extraño momento en que la oscuridad y la luz se confunden sobre la faz del planeta y que, sospecho, encierra algo inmensamente más peligroso que un simple cambio de luminosidad natural.

Doblo hacia la izquierda y casi en el acto me doy cuenta que cometí un error: a pesar de quedar momentáneamente cegado por la luz frontal alcanzo a ver la odiada figura de cuatro patas avanzando lentamente hacia mí.
Trato de apurarme, aunque sé que correr no es lo adecuado en estos casos; aparecen dos más desde el norte, uno es de contextura media, pero el otro es realmente enorme, como jamás antes he visto. Aún debo recorrer unos ciento cincuenta metros hasta la seguridad de mi departamento y mi corazón abandona el espacio natural que anatómicamente le corresponde comenzando  su enésimo ascenso hasta mi garganta; siento el familiar ahogo, mis manos comienzan a temblar, mi cuerpo entero comienza a mojarse con ese sudor frío tan desagradable que siempre se hace presente justo al lado de la palabra miedo.

He realizado mis caminatas en todo aquél lugar que he visitado o he vivido; algún pueblo minúsculo en los que solo hicieron falta unos pocos minutos para recorrerlo por entero y en el cuál uno se convierte de repente y por la sola presencia fuera de contexto, en  protagonista impensado, atrayendo  miradas y saludos que conspiran contra aquella pretensión de soledad planificada. Es por eso que prefiero las grandes ciudades y el anonimato que conlleva ser tan solo uno más entre otros miles de paseantes y sin embargo potenciando, paradójicamente, el sentirse único.

Veinte metros o menos. O un millón de años luz; uno de esos momentos en que un instante es eterno, cinco metros, cien mil kilómetros, en el que llegar a buen puerto se nos hace tan utópico que nos dan ganas de llorar. La puerta de entrada a mi edificio es el paraíso prometido. Mi cabeza gira sin que mi voluntad intervenga en lo más mínimo, obliga a mis ojos a una última mirada temerosa sobre el hombro. Nada. Extrañamente, la no visión del enemigo convierte en pánico el ahora casi entrañable miedo anterior.
Cruzo, al fin, la línea de llegada. —Deberían darme una medalla —murmuro casi al borde de la histeria.



A veces me siento tan confundido que no alcanzo a discernir cuánto hay de realidad en mis caminatas y cuanto de una especie de delirio paranoico; aunque sé que me hace inmensamente feliz recorrer la ciudad, olerla, mirarla, escucharla, no puedo dejar de reconocer que al final del recorrido esa extraña, desesperante angustia está siempre  esperándome, y que antes de dormirme cavilaré durante horas sobre eternas caminatas y peligros acechantes.
Y  otras veces, en esos momentos de extrema lucidez que todos alguna vez tenemos, creeré haber encontrado la perfecta solución al problema y me dormiré tranquilo y soñaré con aquella inmensa ciudad de esencia inequívocamente femenina, esperándome ansiosamente, ofreciéndoseme enteramente y sin perros a la vista.